El periodista Jordi Évole, acostumbrado aponer en apuros a
todo tipo de personajes, sufrió en severo revolcón al entrevistar a al presidente
boliviano Evo morales. Los espectadores pudimos ver cómo todos los dardos que
llevaba para clavárselos a otro de los presidentes calificados desde Europa
como “populistas” se le encajaban al él mismo desactivando el guion de una
entrevista caótica, banal y sin interés. Visto lo visto, pareciera que Évole no
consideró necesario preparar de antemano esta entrevista y menos aún buscar
asesoría antropológica sobre las culturas indígenas de Bolivia ni sobre cultura
política latinoamericana.
Évole desperdició una ocasión única para mostrar a sus
espectadores la realidad de uno de los países latinoamericanos de mayoría indígena,
que después de 500 años llevó a la presidencia a un indígena y sindicalista
cocalero. El periodista mostró su supina ignorancia ante la invitación a probar
la hoja de coca, hoja sagrada para las naciones indígenas que la han “acullicado”
o masticado (del quechua akullikuy) desde hace milenios en el altiplano. Un
periodista de uno de los países con mayor consumo de cocaína del mundo se
mostró extrañado ante la invitación a masticar hoja de coca porque temía que
sus efectos no le permitieran realizar la entrevista.
¿Évole desconocía que
la hoja de coca no es cocaína? ¿No se había tomado al llegar a La Paz una
infusión de hojas de coca para calmar “el mal de altura”? ¿Se imaginan que un
periodista boliviano que viniera a España fuera convidado a comer unas uvas y
las rechazara porque no quiere emborracharse antes de realizar una entrevista? Ese
tipo de estupidez por ignorancia supina fue lo que llevó a Évole al rechazar
las hojas de coca, presuponiendo que era como una invitación a esnifar cocaína
delante de la cámara. Confundir la hoja de coca con la cocaína es tan absurdo como
confundir las uvas con el vino. Pero eso era sólo el comienzo.
Évole tampoco pudo eludir la referencia al jersey multicolor
que Evo Morales lució cuando vino por primera vez a España como presidente de
Bolivia, noticia de tan hondo calado político que ocupó algunas portadas de los medios españoles admirados ante
tal extraterrestre prenda. La falacia protocolaria pareciera que descalifica de
antemano a cualquier varón que no lleve corbata, indicando con ello que lo que está
por fuera tiene mayor valor que lo que está dentro. Esta obsesión colonial
porque los indígenas se vistan, piensen y hablen de acuerdo con los cánones
europeos se resiste a morir después de 500 años. Ante la estupidez de insistir
en el jersey multicolor con el que Evo Morales se presentó ante Zapatero y que
hizo que el Rey Juan Carlos saliera despendolado a comprarle una corbata que le
dio de regalo por si acaso no tenía dinero para comprársela, sentí vergüenza
ajena y ganas de apagarla tele, pero me resistí, para ver si Évole recuperaba
el rumbo, pero no. Hubo mucho más.
Évole insistió en todas las formas posibles en preguntas que
tenían un único fin: que Evo Morales confesara que era un presidente populista
y personalista y advertirle, como enviado de la modélica democracia española, que
esto no era bueno para la democracia boliviana. Ante tanta insistencia, Morales
le invitó a quitarse el “chip colonialista” y eurocéntrico y le dijo mucho más entre
líneas: que su madre le había enseñado que a cualquier invitado, incluso a
periodistas prejuiciosos y cansinos, había que tratarlos bien, porque eran “invitados”.
También le explicó por qué no usa corbata: divide lo que hay arriba y debajo
del cuello, la razón de los sentimientos.
Mientras Mariano Rajoy, presidente de la modélica democracia
española, comparece en “modo plasma” y desplanta a los periodistas con ruedas
de prensa “en silencio” o sin preguntas, un presidente Latinoamericano le
concede a un periodista español una entrevista, le invita a acompañarle en su
rutina diaria, y el periodista no tiene nada más que hacer que acusarle
reiteradamente de ser “populista”. Es la cortesía eurocéntrica llevaba a su
máximo nivel.
Pues bien, Évole recibió el revolcón que se merecía por
parte de Evo Morales, así como “Anita Pastor” recibió el que le correspondía
por parte de Rafael Correa, otro presidente latinoamericano a quien el
periodismo “made in Spain” intentó ningunear y tratar con cajas destempladas
pensando que iba a sacarlo de sus casillas. La superioridad etnocéntrica acabó
hecha añicos y la arrogancia colonialista se desvaneció ante la cortesía
indígena.
Évole salió como llegó: ignorando completamente la cultura
boliviana, las culturas indígenas quechua y aymara y por extensión la realidad cultural
y sociopolítica Latinoamericana.
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