Esta vez
no llevaban pancartas, ni cantaban. Llevaban los cuerpos inertes de sus hijos
desahuciados, de sus ancianos desfalcados, enfermos, de los niños hambrientos y hediondos
en una procesión silenciosa.
A lo
lejos se escuchaban los mismos discursos de siempre, las mismas voces, las mismas
respuestas inservibles, las invocaciones a la Constitución y al Mercado.
Todo se
retransmitía desde un búnker donde se alojaron los responsables de tanto horror,
que ya no podían transitar por las calles sin ser desollados.
Aída, da malas vibraciones y parece un texto sacado de una película alegórica de terror, pero, por desgracia, es la realidad. Un saludo, @adriantsn
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