Tradicionalmente
se ha acusado a muchos líderes latinoamericanos de ser “populistas”. No
necesito nombrar al finado Hugo Chávez, a Evo Morales o a Cristina Fernández para dar sentido a este concepto que está en en a punta de la lengua de periodistas y políticos a este lado del atlántico. El "populismo" es un término “made in Latinoamérica” y debe ser porque los políticos aquí son otra cosa y de todo, menos populistas.
Supuestamente,
la característica fundamental de un líder populista es que apela "al pueblo” con
un discurso visceral, carismático y pretende movilizarlo tocando su fibra sensible,
arremetiendo contra las élites, contra los ricos y prometiendo al pueblo mejoras en su vida
cotidiana; se trata básicamente de prometer mejor educación, mejor salud,
vivienda digna, comida y empleo. Desde este punto de vista, José Ignacio Lula da Silva,
ex presidente de Brasil, también fue un líder populista porque enfocó en los
pobres su campaña electoral y prometió que cuando llegara a ser presidente todos los
brasileños comerían 3 veces al día y no sólo los ricos. ¡Tremenda promesa y
tremendo efecto!… Y es normal que esa promesa calara hondo, ya que México y Brasil reúnen al 50% de los
pobres latinoamericanos. Términos como la “cesta básica” y “bolsa familia” han
permitido a millones de brasileños
acceder a esas tres comidas diarias y poder mandar a sus hijos a la escuela.
En
territorios asolados por la pobreza histórica, este apelo “al pueblo” y estas
promesas suelen dar buenos resultados, porque la promesa del alimento despierta la memoria del hambre, y el deseo de una vida mejor es un deseo muy
humano, ontológicamente irreprochable. Atraído por las promesas, el pueblo vota
—quizás engañado—, pero esas promesas generan una expectativa de mejora, y provocan
esperanza.
Aquí en
España el discurso político tiene otras claves y se mueve entre la irrealidad y
el sadismo colectivo; nuestros líderes políticos tienen un discurso
caracterizado por la incomprensibilidad absoluta, porque ya que no pueden ofrecer
nada en concreto, mejor hablar sin que la gente entienda lo que dicen. Ejemplos
hay muchos y algunos dan muchísima risa.
Si
hablan de economía, jamás harán referencia a alimentos básicos, a la necesidad
de comer 3 veces al día, ni a ninguna de esas “vulgaridades de ultramar”: aquí
se habla de bonos, de créditos, mercado, de agencias de calificación, de la
prima de riesgo y del “diferencial con el bono alemán”. Si no has llegado a
tercero de económicas no podrás pillar un párrafo completo, y los ministros se
esfuerzan no vocalizar, para que sea todo más ininteligible. Se niegan a hablar
de las cosas elementales, porque entonces les entenderían los votantes.
Sofisticando el discurso por encima de sus posibilidades, incurren en
calamidades verbales de película, porque en muchos casos carecen de preparación
en ciencias económicas e ingeniería financiera; es decir, hacen el ridículo,
porque tampoco saben de economía ni de finanzas. Leen lo que sus asesores les
han puesto en un papel, —y como ya le pasó a Rajoy—, si no entienden la letra
no pueden responder a la pregunta. La única operación que hacen a las mil
maravillas es sumar, a la demagogia, desparpajo
A
diferencia de los “políticos populistas latinoamericanos”, que se pasan tres
pueblos con las promesas, los políticos de aquí no prometen nada concreto en
campaña electoral: directamente mienten, de modo que tienen las manos
completamente libres si ganan las elecciones para excretar sobre el programa
electoral. Si son elegidos y tienen la potra de obtener una mayoría absoluta, pasan
a practicar un ritual sado-masoquista con los ciudadanos, a quienes prometen
dolor, penurias, desempleo, desahucios, rebajas en la calidad de la educación y
liquidación de los servicios sanitarios, o sea, un auténtico tormento de
carácter civil, personal y familiar, que tiene como contrapartida la aceptación
sumisa y complaciente de los ciudadanos. En todos los estudios que se realizan
para evaluar el grado de conformidad, sentencia el CIS que si se repitieran las
elecciones, volvería a ganar el PP casi con mayoría absoluta. Exhibicionismo de
las corruptelas de partido y voyeurismo ciudadano son elementos intrínsecos de
este ritual de pornopolítica del absurdo.
Es tan
impúdico este ritual, que se practica sin intimidad y sin recato: las promesas
de las calamidades que sobrevendrán se anuncian a bombo y platillo y a veces
hasta cabe una sonrisa. Nuestro Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, pudo reírse mientras anunciaba 600.000 nuevos
desempleados y usaba chascarrillos mientras anunciaba una subida del IRPF que dejaría
a algunas familias sin una de las tres comidas diarias. Así de patético y así
de triste.
Si en
Latinoamérica los líderes populistas prometen nacionalizar bancos y empresas
para devolvérselas al pueblo, aquí nuestros políticos prometen que los
ciudadanos pagaremos con nuestro sudor hasta el último centavo del crédito que
nos dará Europa para el saneamiento de las Cajas de Ahorro que previamente nos
estafaron, se hincharon a cobrarnos comisiones abusivas, a vendernos productos
tóxicos hasta acabar con nuestros ahorros, y nos avisan —para que no quede
ninguna duda y porque el que avisa no es traidor—, que cuando hayamos pagado la
factura millonaria de la banca, se
venderán estas entidades… a los que previamente se llevaron el dinero. Y nos pregunta el CIS y decimos que
volveríamos a votarles. ¿Estamos locos?
Esta
especie rara de “desorden mental colectivo” que lleva a los votantes a elegir masivamente
y de forma repetida como sus representantes a quienes les maltratan, a quienes
el único empleo de calidad que crean es el de asesores y consejeros para sus
hijos, esposos, hermanas y demás ganando una barbaridad, políticos que atracan a
los contribuyentes malversando los fondos públicos y desviándolo a cuentas
particulares, que han hecho infraestructuras multimillonarias inútiles y como
no es suficiente con este abuso les quitan a los ciudadanos —constitucional y democráticamente— los
derechos laborales adquiridos, el derecho a la sanidad universal y gratuita y que
depauperan un modelo de escuela pública de excelencia, merece un estudio serio,
profundo y urgente.
En mi
opinión, el “populismo latinoamericano” quizás no tiene remedio y el “sadomasoquismo
colectivo español” puede que no tenga cura. Ojalá que una conciencia ciudadana
cualificada no admita ni lo uno, ni lo otro.
Querida Aída, haces una descripción muy inteligente y clara de lo que está pasando en España. Empleas sutilmente el populismo latinoamerica y con la barbaridad salvaje de lo español, que inpúnemente nos hace más pobres en todos los sentidos. Enhorabuena. Espero que de una vez por todas, estalle el pueblo y de su merecida lección a esta canalla que nos está desgobernando.
ResponderEliminarMagnífico... y aquí es donde encaja (o añade) la última entrada d Javier. Os pusisteis de acuerdo? Esta es nuestra realidad. Saludos a ambos.
ResponderEliminarOk algo sobre esto me pregunto mi hijo de doce años. Y le respondi hijo mio como sabras en nuetro pais panama hay mucho dinero .pero los governates solo le importa llenar su bolsillo y le importa el progreso de lis ciudadanos que viven en ella. Mi hijo me responde entoces yo estudiare mucho para ser presidente de panama y hacer las cosas justas como en alemania todos las personas viven de forma digna por que cada persona aqui es importate y yo le he dicho a mi hijo hijo mio tu estas muy pequeño para resolver los problemas de todo un pais con mucho exfuerzo he luchado para rescarte y vivas aqui en un pais si bien es cierto te ofrece buenos estudios y calidad de vida tu fuiste un niño elegido ojala no pierdas la vision de la vida solo aprovecha el exfuerzo que ha echo tu madre mi hijo me contesta gracias mama
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