El miércoles
13 de julio de 2011, a las 13:50, cuando los operarios de Iberia realizaban una
revisión del vuelo 6620 de Iberia procedente de Cuba, a pie de pista, descubrieron
el cadáver de un joven cubano de 23 años ,Adonis Guerrero Barrios, en el tren
de aterrizaje de la aeronave. El médico forense constató que murió por congelación,
pero además el cadáver presentaba aplastamientos el tórax y la cabeza. A 50 grados bajo cero, en un espacio minúsculo y en un trayecto de más de 9 horas, el fatal desenlace estaba anunciado.
Descubrí leyendo la prensa con retraso, en el periódico ELPAÍS, esta macabra y
desoladora noticia.
A diferencia
de la bloguera cubana Yoani Sánchez, quien indaga en un artículo publicado seis
días después, el 19 de julio de 2011, sobre las motivaciones que Adonis hubiera
podido tener para tomar esta fatal decisión, yo prefiero lamentar no haber
conocido a Adonis, porque –no estando segura de haber podido persuadirle de
tomar tal decisión-, al menos me hubiera gustado conocerle y haber tenido la
oportunidad de explicarle que ese viaje incierto, tan arriesgado -de haber
conseguido un buen fin-, hubiera sido apenas el primer eslabón de una cadena
casi interminable de obstáculos que hubiera tenido que enfrentar, para poder
disfrutar de la ansiada libertad fuera de Cuba.
Adonis,
no sé qué te llevó a tomar esa fatal decisión, pero me hubiera gustado decirte
que aquí en Europa los inmigrante no son bienvenidos y España no es un
excepción. Miles de jóvenes como tú, antes de que tú lo hicieras, emprendieron
un viaje igualmente doloroso y arriesgado y consiguieron llegar, pero no
precisamente a la “democracia prometida”. Quizás por tu juventud, o por las dificultades
que seguramente habrás tenido para conocer cómo funcionan las leyes de
inmigración en Europa, no supiste que el 90% de las peticiones de Asilo son
rechazadas de forma inmediata, según ha denunciado el Centro Español de Ayuda
al Refugiado (CEAR). Aquí en España, nadie te hubiera negado la “libertad de
expresión”, el derecho de “hablar”, de contar tu historia, pero probablemente
tus razones no habrían sido escuchadas, ni por más convincente que hubiera sido
en tu discurso te habrían concedido el derecho de Asilo. De la misma manera que
miles de peticiones de asilo de inmigrantes que llegan desde países africanos
donde su vida corre peligro, cuyas guerras y violaciones de derechos humanos vemos
en los telediarios y cuyas hambrunas televisadas ya no nos quitan el apetito,
tu petición de asilo, -probablemente-, hubiera caído en esa fría estadística del
90% de rechazo.
Rechazada
tu petición de asilo y sin papeles, ¿qué futuro hubieras tenido aquí, Adonis?
No puedo asegurarlo, pero seguramente un futuro incierto y también triste, como
el de centenares de inmigrantes indocumentados a quienes se les niega el derecho
a existir como seres humanos y cuyos derechos humanos son pisoteados cada día
porque son “seres humanos ilegales”… ya ves…
Adonis,
me hubiera gustado decirte ahora, -en
última instancia-, que tu muerte no ha sido en vano, pero
tengo de decirte con un dolor inmenso, que me desgarra, que tu vida
hubiera valido mil veces más que tu muerte. En un mundo donde el ser humano no
es lo esencial, ni lo prioritario, tu muerte nos duele a muchos, pero es insignificante
para muchos “otros”.
Hubieras
podido ser mi hermano, mi amigo, mi vecino; hubieras podido ser también mi hijo.
Ya que no pude conocerte en vida, ya que no puede hablar contigo ni persuadirte
de que tuvieras paciencia, ya que no pude suplicarte que preservaras tu vida
ante todo, ruego por tu alma y deseo que donde estés tengas la luz, la libertad
y la paz que no pudimos ofrecerte en la tierra.
Descansa
en paz.
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