Sabemos muy bien los antropólogos que las sociedades complejas, a la vez que permiten un amplio desarrollo de las distintas esferas de la vida humana, generan aislamiento, individualismo y un sentimiento de soledad interior que no es fácilmente asumible. Puede parecer contradictorio porque a la vez que el individualismo ha tenido una gran importancia en el desarrollo de la especie, facilitando la especialización, y el avance del conocimiento científico, consiguiendo grandes logros personales a costa de abandonar la tribu, nunca dejamos de ser seres sociales, miembros de nuestro grupo y deseamos profundamente sentirnos alguien para alguien. El anonimato que impera hoy en día en las megaciudades de un mundo globalizado y la salida individual como la salida más corta, directa, y eficaz a los problemas personales es un espejismo que oblitera el placer del bien común, la riqueza del flujo de ideas, el goce del "otro", y nos conduce, -finalmente- a la incertidumbre.
Ante la evidente precariedad de los diferentes sistemas que fuimos construyendo como sociedades para ayudarnos y cooperar, se ha ido implantando un modelo de ser humano que tiene un destino único e individual, que teme amar y que renuncia a la reflexión; un ser humano que prefiere el olvido a la memoria. Nadie como Zygmunt Bauman me mostró los condicionantes de esa "modernidad líquida", caracterizada por el desbordamiento de los temores; me recordó que no puede medirse la relación entre los seres humanos en términos económicos, ni en términos de coste-beneficio.
Vivir en esta "modernidad líquida" entraña muchos riesgos, pero no representa el fin de la esperanza. Recuperar valores como la solidaridad, la complicidad y la cooperación es posible, y es una señal potente de humanidad en un mundo globalizado lleno de individuos entre los cuales los lazos de solidaridad y afecto estaban muy fragmentados.
Vivir en esta "modernidad líquida" entraña muchos riesgos, pero no representa el fin de la esperanza. Recuperar valores como la solidaridad, la complicidad y la cooperación es posible, y es una señal potente de humanidad en un mundo globalizado lleno de individuos entre los cuales los lazos de solidaridad y afecto estaban muy fragmentados.
Twitter me está enseñando y mostrando cada día que hay cientos de miles de seres humanos, -más bien millones-, que son capaces de teclear en apenas 140 caracteres un mensaje de esperanza, de apoyo y contagiar a muchos otros. Además de pulsar cada tecla desde un cómodo sillón de despacho, o desde un sofá, miles de twitter@s están dispuestos también a dejar el teclado y salir para evitar un desahucio o protestar contra cualquier forma de injusticia. También se generan y comparten ideas sobre qué hemos perdido y qué queremos recuperar, en fin, se repara el tejido social que el individualismo ha ido destruyendo y se (re)establecen las relaciones horizontales donde se mira al "otro cara cara".
Gran trabajo el de Zygmunt, no se puede ser más conciso ni estar más en lo cierto, coincido plenamente en lo tocante a twitter, es la mejor herramienta de comunicacion que haya existido nunca, y yo precisamente no llevo a dia de hoy ni dos meses tuiteando, mi intuicion me dice que este es el camino y por supuesto pienso seguirlo hasta el dia de mi muerte.
ResponderEliminarEnhorabuena por el blog Aida.