El 15M fue ciertamente un despertar, pero, ¿De qué? Pues del
sueño deletéreo en el que el capitalismo nos había sumido, bajo el narcótico
del individualismo. Cambiando la conciencia de clase por la conciencia del consumo,
cuyo ingrediente esencial es la ruptura de los vínculos, para que la desgracia
ajena no te afecte, para que te creas un ser único, especial y con un destino
individual, mientras puedas tener un trabajo, pagarte un techo a 30 años y
comprarte un iphone a plazos.
Pero como nos recordó hace mucho el sociólogo Aníbal
Quijano, el capitalismo, cuyo horizonte es el mundo, no está en condiciones de
ofrecer trabajos dignos a nadie; no se conforma con explotar a los indígenas,
ni a los infortunados que nacieron en el llamado “tercer mundo”, ni a los inmigrantes
con o sin papeles, sino que aspira a depauperar a las clases medias europeas, porque
su espiral de acumulación no tiene límites. Y de aquél capitalismo en su etapa
neoliberal nos llegaron los desahucios, las viviendas se transformaron por alquimia
de los mercados que no venden frutas ni verduras en “activos tóxicos” y el
horizonte de los jóvenes mejor formados de la historia de Europa era trabajar en una
cadena de explotación que sirve comida rápida o en una de las tiendas que venden ropa
fabricada en talleres de explotación. Esto nos hizo despertar, y además, conectó
a la joven e incipiente élite intelectual europea con los trabajadores de
Bangladesh o Brasil: el mismo capitalismo los estaba explotando a ambos en
diferentes geografías. El individualismo, seña de identidad del capitalismo, y cuyo signo es su compulsión por romper cualquier tipo de vínculo que favorezca la solidaridad, la empatía o la conexión entre los trabajadores, entre los vecinos, entre compañeros de trabajo o entre quienes viajan en un vagón del metro, se mostró incapaz de ofrecer una respuesta ante lo que nos estaba pasando mientras dormíamos...
Despertamos de todo eso el 15M y nos indignamos; incluso nos indignamos con nosotros mismos, pero no era
suficiente. La indignación no sirve para nada en un congreso plagado de
políticos acomodados que legislan en favor de esos mercados que a los demás nos
explotaban y nos desahuciaban.
Y cuando gritábamos en las plazas “NO NOS REPRESENTAN” ocurrió
algo contraintuitivo: la derecha nos ordenó que nos presentáramos a las
elecciones y buscáramos representación en la sede de la soberanía nacional…
Y de forma igualmente contraintuitiva, le obedecimos… y aquí estamos dispuestos
levantarle de esos escaños y enviarles a sus casas a reflexionar o a la cárcel, según corresponda.
De eso despertamos el 15M…
Espero que no nos volvamos a dormir.
Y aún así, pudiendo levantarlos, botarlos, correrlos a gorrazos del parlamento, por lo que comentas en tu magnífica entrada, hay muchos que no lo ven bien. No se debía haber entrado en ese juego.
ResponderEliminar¿Vivir en una realidad alternativa al capitalismo voraz pero viviendo con él o de él es posible? Es decir, trabajar para los capitalistas para obtener un sueldo pero luego vivir en otra realidad comunitaria ¿tiene sentido? Creo que ha sido un acierto ¿contraintuitivo? el haberles hecho caso. Creo que entrar en unas instituciones democráticas y vencerles democráticamente es lo mejor para iniciar un nuevo tiempo. Si algo empieza con violencia, ese algo ya está corrompido. Si ese algo es democrático y desde el comienzo es democrático y sigue siendolo es correcto lo que haga. Vamos expulsando todo lo que no sea democrático.