domingo, 27 de agosto de 2017

La muertes de otros, nuestra muerte.



Los atentados terroristas que han ocurrido en Barcelona deberían recordarnos en primera o en última instancia que vivimos en un mundo perverso, dominado por una inmoralidad estructural que entre sus proyectos presentes y futuros concibe la muerte de millones de seres humanos. La forma en que habrán de ocurrir estas muertes no es siempre una sorpresa, ya que contamos con proyecciones estadísticas e incluso con modelos informáticos que nos advierten con luces intermitentes o gráficos coloridos dónde ocurrirá la próxima hambruna que se llevará por delante a millones de seres humanos como nosotros. Pero esos datos estremecedores e insoportables no nos escandalizan, ni nos llevan a las calles con o sin banderas, con o sin pitadas, porque esas muertes, además de previstas, ocurrirán muy lejos de aquí. No tendremos que recoger esos cadáveres ni improvisar fosas comunes para darles sepultura. A lo sumo lo veremos en un telediario de forma muy resumida, antes de la sección dedicada a los deportes.

La planificación de la muerte cruenta de millones de seres humanos forma parte de prácticamente todas las agendas políticas oficiales y también de células o actores armados que han decidido por su propia cuenta ejercer la violencia; violencia efectiva, violencia simbólica, violencia legal o ilegal. Matar por guerra, matar de hambre, matar de olvido, matar socialmente a los que no han conseguido el éxito, matar en nombre Dios, matar en nombre del Mercado, MATAR. Nuestro mundo insensible y despiadado nos educa en la aceptación de la violencia contra determinados cuerpos, naturaliza la muerte de los otros, sin advertirnos que asistimos, también, a nuestra muerte. 

Lo que ocurrió en Barcelona no estaba previsto, no entraba en las posibilidades ni probabilidades de lo que podría ocurrir un día cualquiera en Las Ramblas. Estas fatídicas y desoladoras muertes no estaban en ninguna estadística, por eso estamos consternados y parece que no haya podido sobrevenir sobre nosotros algo así. Esos cuerpos, en ese lugar,  no eran potencialmente objetivo de ninguna forma planificada de muerte. La muerte irrumpió en un escenario donde no se le esperaba. Sin embargo, si la integridad y la protección de toda vida humana no es algo prioritario, todos corremos un grave riesgo, si todas las vidas humanas no son igualmente valiosas corremos todos un gran peligro. Establecer zonas "seguras" en un mundo globalizado y cada día más fragmentado, desigual e inhumano es más una ilusión que una realidad. 

Cuando no soportemos las muertes inútiles y nos duela en los huesos y en la conciencia cada niño que no vivirá porque forma parte de las siniestras estadísticas de la próxima hambruna,  cuando no podamos soportar que las bombas que fabrican al lado de nuestra casa o en el pueblo de al lado, caigan sobre personas como nosotras mientras dormían, o cuando iban hacia sus trabajos o de compras al mercado, cuando las playas se queden desiertas porque el mar ha depositado en la arena a otro Ailán, y ya no podemos soportarlo, cuando nos neguemos a bajar las estadísticas del paro si para ello tenemos que emplearnos fabricando bombas de racimo que destrozarán otros cuerpos, idénticos a los nuestros, a los de nuestros hijos, hermanos y madres, algo podría cambiar. Si para aumentar el PIB tenemos que participar en la planificación macabra de la muerte de otros seres humanos, estamos en un callejón sin salida e igualmente inmoral que el de los “otros”.

Mientras esto no ocurra, corremos el riesgo de formar parte de otra estadística de la crueldad planificada por otros igualmente crueles, igualmente deshumanizados e insensibles. Estaremos entre los escombros, abatidos por quienes vivían en la casa de al lado, o en una manifestación entregando rosas a nuevos héroes, pero estaremos igualmente, desolados. 

Nosotros aún podemos manifestarnos y realizar rituales colectivos de sanación improvisando altares en las calles, podemos incluso firmar libros de condolencias; en otros lugares no pueden porque siguen recogiendo y enterrando a sus hijos, hermanos, esposas, vecinos. Los sobrevivientes, los héroes que sacan los cuerpos  de sus seres queridos de entre los escombros con sus manos, serán héroes efímeros, hasta que la próxima bomba les aniquile también a ellos. No recibirán rosas ni aplausos.


Hoy lloramos por ti, Barcelona... ya lloramos por Bagdad, por Alepo, por Berlín, por Gaza, por Ramala, por Madrid, y casi no nos quedan lágrimas...

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