domingo, 22 de enero de 2017

Trump no ha caído del cielo.



El presidente de los EEUU no ha caído del cielo y el asombro de millones ante este hecho no está para nada justificado. El presidente Trump es un ejemplo de coherencia en el mundo en que vivimos, es signo y señal de nuestras sociedades obscenas, amantes de la mentira, seguidoras de los shows televisivos donde la vulgaridad y la ordinariez rompen todos los niveles de audiencias, y que se dejan seducir por el poder, el lujo y la ostentación. En sociedades que encumbran a personajes por el único hecho de ser ricos y poderosos, sin cuestionar siquiera la decencia de tales fortunas, y donde millones de personas sueñan con tener esas vidas inaccesibles, impúdicas, Trump es lo normal. Cuando la decencia y la dignidad salen por la ventana, personajes como Trump entran por la puerta y se acomodan en el sofá.

Que en el país de lo "políticamente correcto" un hombre blanco, multimillonario, y con las mayores audiencias televisivas haya hecho gala de su racismo, homofobia y sexismo, que se haya burlado de las mujeres, de los discapacitados, que le haya dicho a los inmigrantes latinos que le voten porque son pobres y no tienen nada que perder, y que, después de todo ello haya conseguido el voto mayoritario es una señal inequívoca de que el racismo, el sexismo, la homofobia y la crueldad hacia los pobres gozaban de excelente salud y predicamento en la sociedad. Millones de norteamericanos se han identificado con este discurso, con este personaje histriónico que promete el mayor retroceso histórico en materia de derechos humanos y libertades a cambio de empleos, los que nadie jamás haya creado desde la creación del mundo. Si Dios fue en algún momento el creador del mundo Trump ha prometido emular a Dios creando empleo.

Ser hombre, blanco, y multimillonario ha permitido a Trump codearse con el racismo, el machismo, el sexismo y la misoginia, burlarse de los medios de comunicación y ningunear a cualquiera que le hiciera frente como probablemente nadie se hubiera atrevido a hacerlo: a gritos, exhibiendo su prepotencia, dejando claro que el poder todo lo puede y que, además, es impune. ¿Por qué esto nos sorprende? ¿No hemos dejado este mundo hace ya tiempo en manos de unos pocos multimillonarios que deciden quién pude comer, quién debe morir? ¿No hemos perdido el interés por toda verdad incómoda? ¿No vendimos nuestra dignidad por un trabajo indigno con tal de poder comprar cosas en este mundo de los objetos y las marcas? ¿No hemos mirado para otro lado mientras bombardeaban a población civil en nuestro nombre y con nuestras banderas? ¿Quién dijo que las conquistas sociales no tenían fecha de caducidad? ¿Quién dijo que la democracia era incorruptible?

Donald Trump no ha caído del cielo. Es una caricatura fiel del mundo en que vivimos, de nuestras sociedades enfermas e inmorales.


La pregunta es, ¿Cómo y por qué hemos llegado hasta aquí? 

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